miércoles, 1 de abril de 2009

Síndrome de Burnout o del "buen samaritano desilusionado"

Artículo de CUIDANDO/NOS vol. 1 nº 4 (abril 2009)

El síndrome del “burnout” puede describirse como el resultado de una crisis, donde la persona que en un tiempo estaba empeñada en dar lo mejor de sí, en un determinado momento se siente vacía de energía, vive las relaciones con los demás de manera desapegada y está convencida de poder hacer poco o nada para ayudarles. Se ha llamado también el “síndrome del buen samaritano desilusionado” poniendo en evidencia los aspectos personales del problema (1).

Es un síndrome, o sea una constelación de síntomas que comenzó a estudiarse en los años 80, primeramente en las profesiones de ayuda: enfermeros, asistentes sociales, docentes. Luego pasó a ser aplicada a otras actividades con trato y trabajo constante con las personas y sus problemáticas, ya sea en el ejercicio de una profesión o en el modo de vida propio de una vocación (como en el caso del ejercicio del ministerio).

Los factores en juego son diversos y abarcan a la persona y su contexto. Las estrategias para prevenirlo o resolverlo deben focalizarse a la vez y de manera balanceada sobre la persona, el contexto de su trabajo, su ambiente de vida y sus relaciones interpersonales.


¿Por qué lo del buen samaritano desilusionado?

Porque personas que eligieron dedicar la propia vida a ayudar a los otros e iniciaron esta tarea con empuje y dedicación, se encuentran como vacías de energía e ideales, incapaces de volver a conectar con las motivaciones y la fuerza vital. Se encuentran desencantadas...

El burnout es un proceso que puede detenerse y tiene posibilidades de ser revertido; pero si no viene descifrado y entendido puede provocar crisis que pueden desembocar en el abandono, la depresión o la permanencia de un modo pasivo e improductivo...

¿Hay aspectos individuales de personalidad que predisponen al burnout?

Sí que los hay y se refieren principal- mente a características mentales, de historia afectiva, déficit en las relaciones interpersonales y estilo relacional. De la capacidad de controlar las emociones y gestionar los conflictos, la idea que la persona tiene de sí misma y de su trabajo, su modo de interpretar, valorar y afrontar la realidad, la capacidad de gestionar el propio stress, etc.

El alto idealismo, el narcisismo y el perfeccionismo, son factores especialmente predisponentes. También lo es en algunos casos, la dificultad de definir los confines de la relación con los otros. Esto hace que la persona se implique por completo en el trabajo sin una adecuada lectura de la realidad dentro y fuera de sí y no es capaz de calcular riesgos, recursos y posibilidades. La persona en este caso no puede abrirse a los otros con la capacidad de saber retornar, a la vez, a sí mismo.

Ejemplo: es más vulnerable la persona con una modalidad más débil y dependiente en la relación con los otros, que sin conocer con certeza sus puntos fuertes y débiles y con una escasa estima de sí, focaliza su atención en lo que “no funciona” y busca satisfacer sólo en el tra- bajo las necesidades de realización, de afecto, aprobación y aceptación.

También es particularmente vulnerable la persona que tiene la necesidad de controlar todo y a todos, que no es capaz de delegar, piensa que si no lo hace no lo hará nadie, o que nadie lo hará tan bien... También puede visualizarse la vulnerabilidad en el establecimiento de un tipo de relación codependiente donde el que es ayudado y tiene necesidad, se hace dependiente de la ayuda; a su vez el que ayuda, tiene necesidad de que otro siga necesitando su ayuda y se mantenga dependiente para mantener una ilusoria, pero emotivamente satisfactoria imagen de sí.

Las dinámicas psicológicas implicadas se pueden ir haciendo estilo estable (echan raíces) en las relaciones de ayuda que se establecen, y lentamente se pueden ir “quemando” los propios recursos de quien ayuda (burnout=síndrome del “quemado”). Tratar constantemente con las personas y sus necesidades, con sus fragilidades, estando siempre disponibles, implica una gran inversión de energía personal. En presencia de fuertes emociones y exigentes requerimientos, el establecimiento de una “justa distancia emotiva” (equilibrio entre cercanía y distancia) se hace más difícil, pero es fundamental.
En los comienzos del ministerio, donde se hace necesaria la adaptación a la nueva situación y rol, el burnout se puede manifestar como “desilusión” ante la percepción de la distancia entre el ideal y la realidad (interna y externa). Si esto no se identifica o no se resuelve, eventualmente puede enraizarse y manifestarse con señales de depresión y pérdida de la confianza en las propias capacidades, con el consecuente cuestionamiento del sentido de identidad presbiteral. (L. Sandrín, 2008)

¿Cómo trabajar sobre los aspectos individuales en juego? (2)

Lo primero es “quererse bien” y cuidar la propia salud en sus varias dimensiones y expresio- nes. Mejorar y trabajar sobre la conciencia de sí a todos los niveles, conocer los propios puntos de fuerza y los lados más vulnerables y trabajarlos... 

En algunas ocasiones hay necesidad de un apoyo psicológico personalizado que no debe ser visto como signo de patología o fallo personal, sino como ocasión para crecer, de la cual no nos debemos avergonzar. Es importante realizar un buen seguimiento de los signos premo- nitorios del burnout antes de que se haga más complicado salir... 

El cómo vivimos las diversas situaciones existenciales tiene un rol preponderante sobre el control del stress. 

Hoy se nos invita a atender el modo particular con que cada uno evalúa lo que le está sucediendo, el grado de percepción que tiene de poder o no controlar las situaciones de la vida, la mirada sobre los hechos y sobre los otros, redescubriendo la importancia de una visión optimista (pero no ilusoria) de la realidad y del sentido de iniciativa para actuar. 

Esta perspectiva conecta con el valor motivante y terapéutico de la “esperanza en un futuro mejor” que, para mantenerse, debe poder encontrar realizaciones -aunque sean parciales- en el hoy de la propia vida y del propio trabajo. 
Prevenir el burnout quiere decir trabajar sobre los propios ideales, sobre las expectativas y las preguntas que otros tienen y que nosotros mismos cultivamos acerca de nosotros mismos y de la tarea pastoral.

¿Qué rol juegan los factores de contexto?

La primera situación de riesgo es la sobrecarga de trabajo ya sea física, pero sobre todo emocional (vivencia de las demandas como una presión continua a la que se debe responder). También lo es la percepción constante de un desfasaje entre los requerimientos que se reciben y los recursos para afrontarlos. Se vivencian las situaciones como un continuo dar hasta agotarse, sin tener tiempo para satisfacer las propias necesidades (e incluso sin reconocerlas) y sin poder visualizar (aunque pueda haberlos) ámbitos en los cuales alimentarse y recibir. Puede decirse que el burnout ya estaría instalado cuando la persona tiene la sensación de haber perdido por completo el control básico de las situaciones en las que vive y actúa y siente que no puede tomar decisiones sobre sí y sobre la realidad (siempre que tales signos no se deban a otro cuadro patológico). 

Son factores ambientales predisponentes: la ambigüedad en la definición de roles, la falta de feed-back o la existencia de informaciones valorativas de la propia acción exclusivamente negativas o de reclamo. También la falta de apoyo entre colegas, los conflictos interpersonales, la falta de autonomía y capacidad de tomar decisiones de acuerdo con el propio ámbito de responsabilidad, el bajo reconocimiento social y la no equitativa retribución económica, el clima de los lugares de vida, la sensación de haberse quedado atrás en las propias competencias personales y no saber moverse en situaciones nuevas, etc.

El burnout es un proceso que puede detenerse y tiene posibilidades de ser revertido; pero si no viene descifrado y entendido puede provocar crisis que pueden desembocar en el abandono, la depresión o la permanencia de un modo pasivo e improductivo...

Como vemos, importa visualizar no sólo la posibilidad (o imposibilidad) de modificar el ambiente de trabajo, sino también el propio modo de trabajar y percibir la realidad.

Es interesante considerar, que cuanto más rígidos han sido los modelos de rol ofrecidos en la formación, tanto más será alto el riesgo de stress, y mayores las posibilidades de burnout.

Es un factor de protección contra el burnout el cultivar y defender la propia capacidad de pensar, de poder tomar la distancia suficiente para no quedar prisioneros de las situaciones, de saber ponerles nombre, de confrontarlas y analizarlas desde marcos más amplios y con otros, buscando los mejores caminos de respuesta. Tener el hábito de situarse y encontrarle sentido a la propia acción, visualizando también la jerarquía de los propios compromisos. Dar significado al propio trabajo tiene relación con la flexibilidad de aprender a estar diversamente en las situaciones y de influir positivamente sobre las propias vivencias y sobre el propio bienestar global.

Es significativa para esto una formación que continúa, que es lugar de reflexión, de nuevos aprendizajes y de “terapéutico” distanciamiento del trabajo.

Formación permanente no solamente de aggiornamento teológico-pastoral, sino desde una actitud interior que hace de toda la vida y sus circunstancias (ordinarias y extraordinarias) una ocasión de formación permanente, de fidelidad creativa a la vocación en las diversas circunstancias de la vida (3).

Esta actitud que es también factor preventivo y terapéutico del burnout se enraíza y se consolida (o no) desde las primeras etapas de la formación.

En esta perspectiva también la crisis del burnout, con el sufrimiento que trae consigo (para la persona y para quienes necesitan de su ayuda) puede ser la posibilidad de un momento de verdad sobre uno mismo y sobre aquello que se hace...

NOTAS
  1. Será de ayuda para estas reflexiones el interesante libro, de Giorgio Ronzoni (comp.) “Ardere, non bruciar- si. Studio sul burnout tra il clero diocesano”. Ed Messaggero Padova- Facoltá Teológica del Triveneto. Padova, 2008. 
  2. Cf. L. Sandrini. “Aiutare senza bruciarsi. Come superare il burnout nelle relazioni di aiuto”. Paoline, Milano, 2004 
  3. Cf. A. Cencini. “La formación permanente”. Ed Paulinas, Madrid, 2007

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